Llega a Uruguay presentando su último disco, Pynandí.
Sebastián Villalba - guitarra y voz Marcos Villalba - percusión, guitarra y voz Julieta Duret - violín Heleen de Jong - cello
El artista argentino Chango Spasiuk es compositor de la música que interpreta, aunque también toca clásicos del chamamé y polcas, que muchas veces reelabora y desarrolla con una mirada contemporánea. En estos sonidos, ritmos, climas y texturas hay una narración que nos traslada a rincones, paisajes y retratos de tierras donde los inmigrantes amalgamaron sus costumbres con las de los criollos.
Tras su esperado regreso al escenario de Cosquín 2009, una posterior gira por Europa y Estados Unidos, incluyendo una actuación en el Carnegie Hall de la ciudad de New York con las más elogiosas críticas, Chango presenta Pynandí - Los Descalzos, producido por el prestigioso compositor norteamericano Bob Telson (Bagdad Cafe) y editado a través del sello Sony Music, y en Europa y EE.UU. a través de la discográfica World Village.
La palabra guaraní pynandí, que viene de py (pié) y nandí (desnudo o nada), significa descalzo. No necesariamente tiene que ver con la marginalidad o la pobreza, más bien con la gente que vive y trabaja en las zonas rurales, donde hace calor y se pasa mucho tiempo descalzo.
Chango nació como Horacio Spasiuk en Apóstoles, Misiones. A esa provincia fronteriza con Brasil y Paraguay llegaron desde Ucrania buscando una tierra pródiga sus cuatro abuelos. Su padre Lucas era carpintero de lunes a viernes y los fines de semana tocaba el violín en kermeses y casamientos. Se sabía unos pocos temas, pero alcanzaba para entretener a los invitados, que los bailaban repetidos, si era necesario. “Así empecé con la música”, recalca Spasiuk. “Cuando él vio que yo iba a tocar el acordeón, me prohibió seguir trabajando en la carpintería para que no me lastimara las manos, como se habían lastimado todos mis hermanos”.
Pynandí es a la vez una imagen de añoranza, la de sus años de vagar en la carpintería de su padre y de su tío, donde andaba sobre la viruta y el aserrín. “Mi tío Marcos llegaba a la siesta a tomar mate debajo de un árbol que había en la puerta, como para ir de a poco calentando los motores para abrir la carpintería y arrancar el trabajo de la tarde”, recuerda el músico nordestino. Su primer instrumento fue amarillo y se lo compró su padre en la relojería del pueblo. “Yo aparecía con el acordeón, y le pedía que me enseñara. Por ahí al final del día traía la guitarra, mi papá sacaba el violín, y entre los tres sacábamos sonidos”.
Expresión Regional Chamamecera era un programa de televisión muy popular que mandaba un móvil a los pueblos del interior para difundir a los músicos locales. Un buen día el móvil pasó por Apóstoles, y Spasiuk se lució tanto, que lo fueron convocando de otros festivales. Sin embargo, el muchacho rubio y bravo no se acomodaba a los cánones del género. “La verdad que yo era rebelde, discutidor. No me gustaba lo que escuchaba de los chamameceros, ni me gustaba cómo hacían sus performances. Tenía la idea de que el chamamé era una música para escuchar, no para bailar. En esa época yo no hacía nada interesante musicalmente, y encima no quería que la gente bailara. Un horror”.
El acordeón -“ese pedazo de madera que termina siendo algo tan bello”- no le abría demasiadas oportunidades. De manera que apenas terminó el secundario se fue a Posadas a estudiar Antropología, pero no rindió ni un solo parcial, si bien terminó descubriendo a Miles Davis, Astor Piazzolla, Dino Saluzzi, Hermeto Pascoal, Los Jaivas y Jimmy Hendrix. Y conoció también a Norberto Ramos, un pianista de Buenos Aires, que le propuso ser su maestro de música.
Para 1988 peregrinó a la capital, donde al principio tuvo que rebuscárselas bastante, llegando a dormir en estaciones de tren. No obstante, con esfuerzo y perseverancia se fue haciendo un nombre. Grabó sus primeros discos, Chango Spasiuk y Contrastes, y continuó sus presentaciones en vivo. En 1992, Divididos lo invitó a participar con ellos de un show en el estadio de Obras. Después, Cienfuegos, la banda de Sergio Rottman, descubrió al muchacho del acordeón. De esas juntas nacieron los impulsos electrónicos de Spasiuk, que fueron pasajeros.
Más tarde su cuarto disco, La Ponzoña, llegó a manos de los organizadores del Festival Internacional de Jazz de Montreal y en 1997 desembarcó en Canadá para tocar chamamé en un escenario en el que estarían Pat Metheny y John Mc Laughlin, entre otras glorias.
Su carrera también supo de pausas, como los meses que permaneció en silencio después del accidente que en 1998 le costó la vida al guitarrista Gabriel Villalba y a uno de los asistentes de Spasiuk. “Se me cayeron todas las cosas tontas de las estanterías y me quedó lo esencial. No tenía banda. Estaba como perdido. Dije para dónde voy. Y arranqué con Polcas de mi tierra”. El disco obtuvo el premio Carlos Gardel año 2000, y fue catalogado de excelente por la mayoría de los críticos. Spasiuk lo grabó llevando micrófonos y acordeón hasta los pueblos de su provincia, y tocó gratis con tal de poder grabar el sonido exacto, los climas, los pequeños ruidos, las conversaciones. El resultado documenta la historia de Misiones, la polca y los campesinos.
Algo de eso fue lo que hizo luego en Pequeños Universos, programa del canal de televisión Encuentro al que Spasiuk dedicó una mirada sensible, difundiendo la música de los distintos rincones de Argentina.
“No me veo como artista. Soy un músico. Sólo que a veces aparece un personaje que es el que me hace viajar de un lado para otro y me hace preguntar para qué carajo es todo esto, cuando podría estar tomando un mate abajo de un árbol, allá, en mi casa. Pero la vida es un misterio”.
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